Inicio COMERCIO El mercado ambulante se traslada a la explanada del Cohetódromo

El mercado ambulante se traslada a la explanada del Cohetódromo

Tras casi tres meses sin montar sus paradas, el día 9 de junio, el mercado ambulante volvió a Paterna en una nueva ubicación: la explanada del Cohetódromo. Entre las medidas que se han implementado está el aforo limitado a 150 personas, un recorrido marcado y la rotación de paradas cada quince días. Los vendedores ven en este sistema un freno a su actividad comercial. 

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Uno de los eventos que marca el ritmo de Paterna es el mercado ambulante. Cajones de fruta y verdura, camiones cargados de zapatos, colgadores llenos de lencería que bailan al compás de clásicos de flamenco-pop y el olor de los churros se instalan en la plaza del pueblo y sus inmediaciones, y los convierten en el epicentro de la vida social y comercial de Paterna.
Hoy es martes y hay mercado. Es oficialmente verano. Apenas son las nueve de la mañana pero el sol ha perdido la vergüenza y, mientras subimos la cuesta desde el Horno del Rosario a Casa Fina la Paquetera, aparecen algunas gotas de sudor en la frente. Tras dos meses en casa, el mercadito se ha trasladado a la explanada del Cohetódromo como medida excepcional ante la situación de emergencia sanitaria causada por la Covid-19. El día 9 de junio inauguraron el nuevo emplazamiento. Antes de llegar a los accesos ya se puede oír la grabación que nos recuerda las medidas de seguridad que debemos de mantener dentro del recinto: distancia, mascarilla e higiene de manos. El perímetro del mercado está marcado por unas vallas altas que hay que rodear para llegar a la puerta de entrada.
Es temprano y no hay cola. Sonia es una de las encargadas de controlar los accesos al mercado. Pulveriza gel hidroalcohólico en la palma de la mano y ya estamos listos para entrar. El primer día de apertura recibieron alrededor de 1.400 personas y el segundo 1.700, «hoy aún no son las diez y ya han entrado 354 personas», dice mientras comprueba la cifra en su marcador. «Está todo muy bien controlado», asegura. La imagen del mercado ha cambiado. Los puestos están distribuidos formando un pasillo amplio y las flechas marcadas en el asfalto te indican el recorrido que tienes que seguir. A simple vista, se echan de menos varios de los puestos típicos, ya que las paradas solo pueden montar cada quince días. Un expositor lleno de mascarillas de diferentes estampados llama particularmente la atención de los visitantes. Se escucha un ligero murmullo, que es casi un silencio.

Detrás de un mostrador repleto de pantalones vaqueros, uno de los vendedores intuye el porqué de ese silencio: «El aforo es muy pequeño, entran muy pocas personas». No hay colas en ninguna de las paradas y muy pocos curiosos husmeando el género. «La parada es de cuatro metros y antes era de siete, no nos cabe todo el género», cuenta mientras señala un montón cajas de mercancía apiladas. «Estamos vallados como si fuéramos presos», siente Alfonso, otro de los comerciantes del mercado. En su parada, él y su mujer venden lencería y plantas. «Creo que puede haber más contagio en los bares que aquí en el mercado», afirma. Gabriel y Luisa, que regentan una parada de corsetería, tienen la misma opinión: «En los centros comerciales no tienen tantas limitaciones como aquí, que estamos en la calle y se ha demostrado que el nivel de contagio es menor», argumenta Gabriel. «Se han metido con la pequeña empresa, nos han abandonado», lamenta Luisa.
«El único mercado que han cambiado de sitio es en Paterna», señala Alfonso. «No han contado con nosotros ni han venido a hablar con los comerciantes ni a pedirnos opinión», denuncia Gabriel. Son puestos de toda la vida, con clientela fija y habituales, y los usuarios también les trasladan su visión. «La gente se queja porque hay muchas normas, muchas clientas se van porque no quieren estar aguantando la cola con el sol, y la mayoría son personas mayores», explica Amparo desde su puesto de mercería. Luisa percibe que el sistema de turnos también afecta a las relaciones con los clientes: «es difícil establecer una política para cambios, devoluciones…», afirma. «Al haber menos puestos, viene menos gente y hay mucho menos movimiento», lamenta Manuel mientras pesa la bolsa de tomates del último cliente.
La clientela tiene opiniones de todo tipo. Beatriz es vecina del barrio de Santa Rita y ha bajado con sus hijos a dar una vuelta: «La ubicación me viene muy mal, porque está más alejado que antes, pero el sistema lo veo bien: no hay aglomeraciones, no tenemos que estar esquivando y no hay colas». Estefanía, otra de las clientas, reconoce que hacía tiempo que no iba a comprar al mercado, pero las medidas «por ahora me parecen bien: entras por una parte y sales por otra, te desinfectan… El tema de tocar la ropa hay que controlarlo, pero me parece seguro», afirma. Dos mujeres que están haciendo cola en uno de los puestos de alimentación no comparten la misma visión.
Donde más se nota el cambio de ubicación es en la Plaza del Pueblo. Tres meses atrás, los martes era un hervidero de carritos de la compra, captadores de ONG y corrillos de vecinos. Seguramente, el laberinto de toldos no nos hubiera dejado ver con claridad el letrero que nos da la bienvenida al Mercado Municipal. Dentro también han notado la falta de afluencia. «No nos ha afectado, nos ha arruinado», asegura el gerente de una de las fruterías. «La gente viene aquí los martes para el mercadillo, y ya que está entran al mercado. Los compañeros del mercado ambulante tampoco están contentos, y los usuarios también se quejan. La caída es monumental», expresa. «Cómo nos va a parecer la medida si nos han quitado el pan», lamenta la encargada de la pescadería. Insisten en que el espacio de la plaza y los alrededores es más que suficiente para dejar la distancia de seguridad, e incluso que se podrían haber cedido puestos vacíos del Mercado Municipal para poder dejar más distancia en la calle.
Ni vecinos ni comerciantes saben hasta cuándo se alargará esta medida temporal, pero todos muestran su deseo de volver cuanto antes a las inmediaciones de la Plaza del Pueblo para poder recuperar el ritmo y el ambiente que se respiraba cada martes en Paterna.