Inicio OPINIÓN El Desván de la Mente: Amistad, divino tesoro

El Desván de la Mente: Amistad, divino tesoro

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Amistad, la ciencia más imprecisa con la que el ser humano ha podido jugar. La palabra que abarca más de todo el diccionario de la vida. Siete letras que incluyen miles de historias relacionadas con el amor y la ira. Es la excepción que destroza todo tipo de reglas, una materia que se crea, se transforma y se destruye. El músculo del ser humano que más incluye. Una pieza vital en la historia de cualquiera que con ella se cruce.

Es chocante lo pobre que nacemos de amistades, para luego en el colegio enriquecernos de ellas, hasta no tener ni suficientes dedos en las manos para poder contarlas. Es curioso como pasamos del todo a la nada en un par de lloros, de cómo, sin saber apenas contar, ya contamos con miles de compañeros.

De pronto, sin querer quererlo, “maduramos”. Comenzamos a distorsionar una realidad que hasta hace poco se nos era desconocida. Empezamos a cometer el peor error que se nos pueda acontecer, empezamos a dudar entre amistad y amor, amor y amistad. Aunque son sentimientos que deberían ir de la mano, nosotros somos humanos, acabamos siempre complicando las cosas por completo. Comenzamos a cruzar aquella línea que nunca se debería rebasar. Comenzamos a amar.

Es entonces cuando, ya sabiendo sumar, preferimos restar y dividir. Preferimos sufrir antes que disfrutar. Elegimos adentrarnos en aventuras tan peligrosas como son las declaraciones. Vivimos nuestro primer rechazo, con suerte, nuestro primer beso, nuestro primer abrazo.

Y seguimos creciendo, y vuelvo a lo mismo, somos seres humanos. No hay mejor cualidad que nos defina que nuestra facilidad de mandar las cosas a la mierda. Disfrutamos complicándonos la vida, regalándonos miles de heridas, haciendo de nuestra historia un salto sin paracaídas. Nuestro cuerpo crece y con él, crece nuestra curiosidad por investigar. Sí, aquella curiosidad que mato al gato, en nuestro caso, lo que nos convierte aún más en humanos. Nos pica aquello en lo que estáis pensando, y que no escribo para que la gente no me tache de vulgar, aunque si os soy sincero, me suda la polla lo que piense la gente, la verdad.

Así que, nos ponemos al trabajo y queremos siempre más. Cada cosa nueva nos atrae más y más. Los chicos, por nuestra parte, comenzamos nuestra particular caza de musas, y vemos en nuestras amigas, una atracción absoluta, como si fuera un hechizo y ellas las brujas. Por vuestra parte, las chicas, comenzáis a dibujar en vuestros amigos capas azules, en sus motos veis los más bellos corceles y empezáis a soñar. Empezáis a ilusionar a vuestros corazones, empezáis a alimentar vuestras mentes de mentiras, que modifican al mejor amigo convirtiéndolo en “o sin nadie, o conmigo”.

Y sí, aun habiendo sufrido miles de momentos como los que antes comento, siguen faltándonos dedos para contar a todos aquellos que consideramos amigos. Es tanta la inocencia que sufrimos, que la ignorancia pasa a definirnos. Confundimos la confianza con “el feeling”, la amistad con los intereses, los valores con las modas, a partir de este momento serán muchas veces las que destrocemos la pared con nuestras frentes.

A partir de este momento todo se nubla, todo se despeja. Parece incoherente pero así funcionan nuestras mentes. En cuestión de momentos y desilusiones las relaciones se desnudan y nos muestran la equivocación. Nos enseñan una de las lecciones más vitales de esta vida, una de las señales que más nos cuesta entender, “por interés te quiero Andrés”. Comenzamos a verle las orejas al lobo, empezamos a descubrir que ni son todos los que están ni están todos los que son. Seguimos, como anteriormente decía, investigando. Y la curiosidad vuelve a matarnos, ya van restando los amigos, los besos y los abrazos.

Entonces, cruzamos la línea de los veinte, y vemos como los únicos amigos que aumentan son los de las redes, algo que me ayuda a justificar aún más lo falsas que son algunas relaciones. Ya que en la realidad, muchos te cogerían el brazo para luego no ser capaces ni de echarte una mano.

Y aquí, si me permitís, voy a hacer un pequeño descanso. Aquí os doy la bienvenida. Bienvenidos al siglo de estar todos conectados. Bienvenidos a la época de la falsedad y la hipocresía, de la alegría virtual y la felicidad fingida. Bienvenidos al peor momento de la historia del ser humano, una época en que el aparentar pasa a ser ley de vida.

Así nos va en cuestión de relaciones. Hemos pasado de los abrazos a los “likes”, de los consejos a los comentarios de “ánimo tu puedes”. Y de los perdones a publicaciones disfrazadas de reconciliación, para que vean todos que volvemos a ser felices.

En fin, es lo que nos faltaba. Nos faltaban las nuevas tecnologías para reafirmarnos en nuestra ignorancia.

Dicho esto, volvemos al tema que aquí os presento. Después de la franja de los 20, nuestras amistades ya retoman su curso, ya comienza a descender el número de gente en la que poder confiar.

En mi caso, hasta aquí puedo escribir. No he vivido lo suficiente como para poder continuar hablando. Pero si que diré una última cosa más. Y para ello necesito citar a Rubén Darío y su poema “Juventud, divino tesoro”. En él, el autor hace hincapié en lo fugaz que es la vida, y en lo bonita que es ella. Yo lo cito para deciros que, con la huida de la juventud, llegan los buenos momentos. Con el paso de los años la vida va poniendo a cada uno en su lugar y con los dedos de una mano contaremos los amigos de verdad.

Así que, dejaros de historias y gilipolleces. Quered, amad, odiad y perdonad, haced lo que os venga en gana. Pero recordad siempre en vivir con aquellas personas con las que riáis, con las que disfrutéis de las pequeñas cosas de la vida. ¿Los demás?, carretera y manta.